El nombre de Alfredo Castro ya es un must en las tablas, el cine, la televisión y en el escenario actoral chileno. Pero ni esa aura de cariño y admiración que ha cosechado lo han hecho inmune a los haters y odiosidades que en los últimos años ha polarizado al país. Por eso, tomó algunas decisiones estratégicas sobre su vida.

Reconocido por icónicos papeles en cintas como “No” (2012), “El Club” (2015), “Tony Manero” (2017), o personajes como el ludópata Lazlo California en la teleserie “Romané” o “El Frula” en “¿Te Conté?”.

Sin embargo, fue su interpretación del ex presidente socialista Salvador Allende en la serie “Los mil días de Allende”, emitida en el marco de los 50 años del golpe de Estado a manos de Augusto Pinochet la que, si bien ha sido una producción que lo llena de orgullo –de hecho, recientemente recibió su cuarto Premio Platino por dicho papel-, también se transformó en su mayor dolor de cabeza.

“Fue un golpe fuerte”, relató el actor en entrevista con El País. “Por un lado estaba toda la emoción que podía sentir en ese papel, históricamente tan importante en sus discursos y palabras… todo me era pura emoción, puro cuerpo. Y luego salir y encontrarse con haters de odio y odio y odio. Era como vivir dos realidades paralelas. Pero (ya) está superado”, detalló el actor.

Lidiar con el odio

Respecto de la oleada de odio a la que apunta, Castro se refiere las que vivió durante las grabaciones de la mencionada producción como cuando un grupo liderado por el activista de ultraderecha Francisco Muñoz, llamado popularmente ‘Pancho Malo’,  lo insultó en las afueras de La Moneda durante toda una mañana de trabajo.

“Me gritan zurdo, ladrón, cafiche del Estado…  Basta que con dos meses al mes alguien te insulte para que ya no quieras salir a la calle. Uno anda más atemorizado, a mis compañeros también les pasa”, reflexiona el intérprete sobre un tiempo espurio desde que en el 2022 fracasó el proceso constitucional.

En ese contexto, Alfredo Castro decidió que buena parte del año la pasará en España, ahora que obtuvo la nacionalidad de ese país gracias a la ley de memoria democrática, lugar donde además están sus agentes. “Me dicen ‘Alfredo, si te citan a una reunión mañana, no puedes venir (estando en Chile)’. Entonces pensé que en Madrid estoy a ocho horas de México y a un poco más de Chile, pero donde está habiendo trabajo”.

Y, por cierto, trabajar con mayor tranquilidad. “Francamente, creo que mi salud mental lo vale (…) Vivir y poder ir a comprar el pan y llegar a tu casa y no sentirse lleno de odio en las calles. Me parece que es más sano”, explica.

Un sexadolescente

Aún así, recalca que tampoco se trata de cortar la conexión con Chile: ha sido su fuente de creación permanente. “No hay donde goce más. El mal humor, el buen humor, la mala onda, la buena, pero Chile es mi país”, expresa enfático.

Además, Alfredo Castro dice estar en una edad interesante y en un nicho donde no hay mucha competencia profesional. A sus 68 años, “un viejo”, reconoce, aunque con mucha vitalidad, descubrió leyendo un artículo, que calzaba perfecto en la categoría de “sexadolescente”: una persona mayor de sesenta años, activa, que se mueve en las redes sociales, se enamora, lleva una vida sexual regular, viaja, trabaja. “Me sentí bien (al leer eso)”, comentó respecto de esa identificación que le hizo tanto sentido a su vida actual.

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